Para enterrar a los muertos se necesitan zapatillas especiales. Sobre todo en días húmedos.
Esto lo sabía Armando Pérez. En su trabajo de enterrador sufrió muchas veces al inicio por falta de equipamiento adecuado.
Los muertos se desprendían de sus lápidas para jalarle los pies y en varias ocasiones lograron hundirlo junto a ellos. Al principio le molestó, pero con el tiempo aprendió los gajes del oficio.
Utilizó las rejas de un carro de supermercado viejo para ponerlas en la tierra de forma que los brazos de los difuntos no pudieran atravesar, y las zapatillas de las que hablo son tan grandes y duras que no pueden atravesar el suelo.
Pero a veces deja todo eso para conversar conmigo. Yo lo jalo dentro y le cuento cómo fue que morí. Él escucha contento.